el campeón

27 diciembre 2007

Op Oloop

[...]

Subsiste. O mejor: subexiste. Entonces, libertada la materia de los atributos de la diferenciación, se retrotrae hacia la eternidad de lo simple. Porque, por lo mismo que el protozoario es inmortal en su medio, la animalidad superior conspira en el suyo contra una ilimitada supervivencia.
F
ranziska y Op Oloop yacían dislocados del mundo. Pero esta dislocación, por la ruptura de la solidaridad nerviosa, no hacía más que sumirlos en las zonas privativas en que la carne vale per se; en las cuales ella misma se exaspera y se defiende de las coerciones exteriores y, distendida, fuera de todo yugo racional, habla su propio idioma, que es el idioma del instinto.

[...]
-...
-...
-Fran-zi... Fran-zis-ka...
-Sí... Aquí...
-¿Eres tú, Franzi? ¡Sí! Eres tú. Reconozco el fulgor de tu diadema y la llama cinabrio desprendida de tus labios.
-Sí, my darling, soy yo. Pero... ¿por qué este aire granuloso, este paisaje escarpado que pule y raspa tu palabra?
-¡Oh!
-¡Por favor! No agregues tu sorpresa. Remueve el ambiente. Produce una epidemia de vahos turbios.
-El cielo está límpido, sin embargo. Cielo de metempsicosis. Atmósfera de campana en reposo, promisora de grandes algazaras y vuelos de risas y palomas.
-Yo veo monstruos por doquiera. Tú deliras. El firmamento está arrugado. Hay un olor rijoso que envenena. Odio este piso de escamas erectas. ¿Por qué me atraes a este paisaje fantástico, gigantizado, de flora submarina y fauna microbiana?
-¡Cómo! ¿No sientes estos surtidores de leche, miel y vino?
-No.
-¿No? ¿Y esta gracia que hechiza el éter?
-No.
-Entonces, querida, tu orla espiritual está sucia. ¿Cómo has burlado a los númenes que vigilan el ingreso al trasmundo? Yo te exorcizaré.
-¿Para qué? Mi alma fue siempre un "unánime conflicto de blancuras".
-Sí; pero la materia que se volatiliza lleva a veces la peste de su memoria. Depúrate en un baño de fuego.
-A menos que te prestes... Tú solo eres mi crisol apto.

-Bien. Aproxímate. Que la conjunción sea perfecta. Que el frenesí coincida y nuestra efusiones se yuxtapongan... Así. ¿Notas algo?
-Sí. Un verde viscoso que se deslíe...
-¡Las vetas del odio!
-...capuchones de ópalo que se disuelven...
-¡Esperanzas deleznables!
-...y un ocre de pantano que se desvanece...
-¡Tus deseos!
-¡Es extraño! Ahora percibo clarísima tu voz. Me parece estar en una ensenada rosada.
-Te abriga mi corazón.
-¿Sí?... pues no comprendo esta peripecia alucinada. ¿Qué embrujo hay en todo esto?
-Ninguno. ¿Nunca has hablado en sueños? Somos dos somnílocuos que conversan, nada más. Que conversan y se entienden. Fíjate. En este estadío la vida anterior se mezcla con la futura. Ya verás... Aquí se retrocede avanzando; porque no hay espacio en el tiempo onírico.
-¡Qué bálsamo tu voz! ¡Es un efluvio musical!
-En el "sin vivir" que vivimos, todas las almas tienen inefables acentos de plegaria. La tuya me acaricia con la dulzura de su dolor.
-¡Qué diferencia! ¿Es posible tanto aliento de ternura? Yo estaba en un páramo de éxtasis, los senos crispados y los ojos sanguinolentos. El aire era ascético. Tenía aristas hirientes como el úlulo de las hienas. Y había hienas...
-Lo sé, Franziska. Extirpa tus recuerdos. ¡Cuánto he sufrido por hallarte! Tu clamor me llegaba roto, magullado, cruzando calles, tráfagos viles y el denticulado de casas y baldíos. ¡Qué lisura de onda y de brisa accede ahora en nosotros! Distante de la carne, de la carne que gime, un anchuroso cauce -¡el cauce del puro amor!- nos une. ¡Qué delicia! ¿No sientes cómo vibramos en la honda beatitud de sus resonancias? ¿No te sublima ese sentimiento fluviátil que va del corazón del uno al alma del otro? ¡Sentimiento fluviátil que refresca las orillas del espíritu y fecunda las matrices de la muerte!
-¡Ay!
-Nada de suspiros. No decores con nostalgias el verismo de esta soledad inviolable. Aquí la libertad total se condiciona a nuestra dicha. Hay un idioma particular para las almas afines. Y la dicha no trasciende. Se funde en el goce ecuménico de las almas libres.
-Tu consuelo vale por todos los sacrificios juntos. Sufrir es la mejor manera de sembrar. ¡Qué bella cosecha recojo! Seguiría sufriendo...
-Imposible. No podrás. Aquí no se sufre. Se está, ¿adviertes?, se está. La actualidad es lo único que escapa al dolor. ¡Estar! Aquí la vivencia del amor es perfecta... Remanso luminoso en el que nadie se ahoga. Allá... cuando entra el amor, entra la pena...
-¡Psit! No reconquistemos al olvido nuestros sueños brumosos. Andemos.
-¿Para qué si somos ubicuos?
-¡Qué súbito portento!


Juan Filloy, Op Oloop (1934).

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